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Gary Lineker solía decir que el fútbol era un juego muy simple: consistía en que 22 hombres perseguían un balón durante 90 minutos y, al final, siempre ganaban los alemanes.

A día de hoy, parece obvio que el escenario político internacional sigue un patrón muy similar. La Unión Europea es un juego muy simple: consiste en 27 países persiguiendo un objetivo común durante 25 años y, al final, siempre ganan los británicos.

Sin duda debemos aceptar que el Reino Unido, al dispararse a sí mismo en el pie, ha conseguido dispararnos a todos en diferentes partes de nuestros cuerpos nacionales. Y todo esto con la misma bala. Un movimiento verdaderamente notable y absurdo que la mayoría de nosotros aún no ha entendido y que, sin embargo, debemos intentar comprender.

En lo que nos afecta como profesionales de la Propiedad Industrial e Intelectual, no hay duda de que las implicaciones del Brexit tendrán efectos muy relevantes en nuestra práctica y en los derechos e intereses de nuestros clientes. Por esto, ponerse de lado en este debate y ofrecer nuestros hermosos perfiles a nuestros colegas parece una actitud bastante cobarde. El humilde autor de este artículo no hará tal cosa.

A lo largo de los siglos, la Iglesia Católica ha hecho enormes y muy respetables esfuerzos por hacernos entender a todos la milagrosa naturaleza de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres en uno, y uno en tres, todos distintos y, sin embargo, “uno solo en sustancia, esencia y naturaleza”. Resulta divertido ver a Teresa May hacer los mayores esfuerzos imaginables por hacernos comprender la milagrosa naturaleza de la Trinidad de la Propiedad Industrial: Brexit, Patente Unitaria y Tribunal Unificado de Patentes, como si todos ellos pudieran coexistir pacíficamente sin mayor problema.

Un vistazo al “Acuerdo sobre el Tribunal Unificado de Patentes” permite hasta al más profano de los lectores inferir que hay un elefante gigantesco en la habitación, tomando té, y nadie se atreve a hablar de ello. El hecho es que cada página, cada artículo, casi cada párrafo del Acuerdo, hacen referencia a los “Estados Miembros Contratantes.”

Hasta nuestros colegas más optimistas, haciendo uso de las interpretaciones más admirablemente positivas, han de reconocer que el Acuerdo habla de sus “Miembros”, refiriéndose necesariamente a los mismos en un sentido actualizado y cambiante; lo que significa que en el caso de que cualquiera de los firmantes del Acuerdo perdiera su estatus de Estado Miembro de la UE en algún momento después de firmar, dejaría de cumplir las condiciones requeridas para pertenecer a dicho marco normativo, y consecuentemente debería abandonarlo. En cualquier caso, este principio tan básico que a todos nos han enseñado en los primeros días de la carrera de Derecho, parece que no se aplica a nuestro querido vecino del norte (o del sur, si dirigimos nuestros ojos al célebre peñón vecino).

Resulta divertido ver a Teresa May hacer los mayores esfuerzos por hacernos comprender la milagrosa naturaleza de la Trinidad de la PI: Brexit, Patente Unitaria y Tribunal Unificado de Patentes, como si todos pudieran coexistir sin mayor problema.

No ha sido por capricho que muchas voces del mundo de la Propiedad Industrial se hayan alzado expresando serias preocupaciones por la situación actual, porque no se trata de una cuestión irrelevante el aceptar que un Estado Miembro de la Unión Europea firme un Acuerdo, deje la Unión con posterioridad, y siga manteniéndose dentro del mismo. Aceptar algo así establecería un precedente catastrófico y los que creemos en la Unión Europea no podemos validar sin más un axioma como éste.

Si bien España no se ha hecho famosa en las últimas décadas por jugar un rol especialmente exitoso en el plano internacional, debemos reconocer un cierto mérito a nuestro Gobierno por la forma en que se han venido haciendo las cosas respecto a la Patente Unitaria y al Tribunal Unificado de Patentes. Una excepción notable que por una vez debemos reconocer.

Desde el primer día, España ha peleado, con o sin aliados, contra la idea de que el Acuerdo se firmara haciendo uso del Procedimiento de Cooperación Reforzada, lo cual es una posición política muy razonable que podremos analizar en futuros artículos. Tras esto, España ha luchado dura y largamente por defender los derechos de los hispanohablantes. Es innegable que acabar con el sistema de traducciones requerido para las validaciones de patentes europeas en España tendría un impacto enormemente negativo sobre docenas de países latinoamericanos de habla hispana, cuyos procedimientos de examen dependen intensamente del Estado de la Técnica hecho público a través de este sistema. Terminar de un plumazo con estas traducciones no sólo perjudicaría a los inventores y empresas españolas, haciéndolas competir con inventores y empresas de habla inglesa nativa; sino que tendría efectos devastadores sobre el desarrollo de la Propiedad Industrial e Intelectual en Latinoamérica que tanto tiempo hemos esperado y deseado todos.

Por otro lado, y como nota jocosa a pie de página, establecer una de las divisiones del Tribunal Unificado en Londres después de que se produzca el Brexit es una broma de pésimo gusto que no merece mayor consideración.

La Unión Europea es una entidad política fundamental y trascendental que ha ganado conciencia de su propia existencia y su necesidad de sobrevivir, que ahora se enfrenta a grandes desafíos, entre los cuales está el Brexit, y que deberán ser tratados sin olvidar que cualquier cosa que se haga ahora respecto a nuestros vecinos británicos establecerá un precedente para futuros desafíos. Y podemos estar seguros de que los habrá, y aún más difíciles de superar que éste.

Pocos británicos querían el Brexit. Aún menos europeos queríamos el Brexit. Casi ningún gobierno de un Estado Miembro quería el Brexit. Pero eligieron el Brexit, y Brexit tendrán. Y si vamos a jugar al fútbol, como parece el caso, juguemos con las reglas que nos hemos impuesto todos, y que gane el mejor.