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A lo largo de la historia, tanto el cine como la literatura han utilizado la idea de manipular la mente de las personas para crear sus tramas y enganchar a los espectadores o a los lectores. Sin embargo, actualmente nos encontramos muy cerca de alcanzar la famosa frase de “la realidad supera a la ficción”. Ya no nos encontramos ante una situación potencial, sino que la manipulación del cerebro ya es una posibilidad real.

En 2013, en el Congreso de los Estados Unidos, se realizó una reunión conjunta de la Cámara de Representantes y el Senado en la que se anunció el lanzamiento de un proyecto científico a gran escala y a largo plazo: la iniciativa BRAIN. Este proyecto desarrolla herramientas que se aplican en cerebros de animales de laboratorio, así como en pacientes humanos, para registrar la actividad cerebral o para interferir en ella, colocando dispositivos invasivos (dentro del cerebro) o no invasivos (por encima del cráneo).

Como prácticamente todo en esta vida, la neurociencia también presenta una dualidad en la que existe el “bien” y el “mal”. Podemos determinar que la ciencia es “amoral”, todo depende del uso que se le dé.

Por un lado, estas investigaciones van a ayudarnos a encontrar qué se esconde tras la mayoría de las enfermedades que afectan al cerebro como, por ejemplo, el Alzheimer, el Parkinson, la epilepsia o la esquizofrenia, ayudando así a encontrar una mejor terapia para las mismas o incluso una cura para la mayoría de ellas, hasta el momento desconocida.

Desde el punto de vista legal, estos estudios y los avances tecnológicos pueden ayudarnos a conocer los motivos por los cuales un delincuente actúa de una determinada manera, por ejemplo. Promoviendo de este modo un mejor sistema de imposición de penas y más adecuado a las circunstancias concretas de cada caso.

No debemos olvidar que también hay algunos puntos negativos en este proyecto. Si se tiene acceso al cerebro humano, así como al subconsciente, ¿dónde quedará nuestra privacidad? O, ¿seremos capaces de volver a decidir por nosotros mismos? Otro aspecto relevante a tener en cuenta es la posible creación de clones mentales. Si es posible acceder a la mente y a sus recuerdos y de almacenarlos, ¿estamos ante la creación de una “vida eterna”?

Estos avances en la neurociencia han dado pie a la aparición de un nuevo movimiento que pretende establecer una serie de derechos para evitar abusos e injerencias en los individuos. A estos se les ha bautizado como “neuroderechos”.

Los defensores de los neuroderechos exigen que, dentro de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU, se incluyan unos puntos concretos para que exista una obligación real para los gobiernos y las autoridades, así como para el sector privado y los ciudadanos.

De acuerdo con la información proporcionada por la BRAIN Initiative, los neuroderechos son los siguientes:

  1. Derecho a la identidad personal. Uno de los rasgos característicos de los seres humanos es nuestro cerebro. Por ello es fundamental la protección de la autonomía personal. Si no se ponen límites a las tecnologías, se podría alterar la conciencia de una persona a través de aportaciones tecnológicas externas.
  2. Derechos al libre albedrío. Vinculado con la idea posterior, el hecho de que un hacker pueda acceder a nuestro ordenador personal también pone en alerta el hecho de que alguien pueda acceder a nuestra mente a través de estas tecnologías. Mediante este acceso sería posible modificar nuestra toma de decisiones.
  3. Derecho a la privacidad mental. Se pretende evitar que cualquier dato obtenido del análisis y medición de la actividad neuronal sea utilizado sin el consentimiento del individuo. Dentro de este derecho será necesario también regular de manera muy estricta la transacción o cualquier uso comercial de los datos obtenidos mediante esta tecnología.
  4. Derecho al acceso equitativo. Se exige también que, en el caso de que estas tecnologías permitan una mejora para la actividad cerebral, se garantice el acceso de manera equitativa a toda la sociedad.
  5. Derecho a la protección contra los sesgos. Se pretende regular también que los conocimientos de la neurociencia no establezcan discriminaciones ni distinciones por raza, color, sexo, opinión, posición económica o cualquier otra condición. La manera de lograr esto es permitiendo inputs en el diseño de los algoritmos de grupos de usuarios con los que abordar estos sesgos.

A la vista de lo anterior, lo que esta comunidad de investigadores y expertos pretende es que nuestra mente no sea manipulada, además de garantizar la privacidad de los datos obtenidos mediante estas nuevas tecnologías. Estos expertos opinan que la protección de estos derechos es esencial para impedir que la información que se puede extraer de nuestro cerebro sea utilizada con fines ajenos al del individuo en concreto y, en último caso, al interés general.

Pese a que los derechos humanos básicos están por encima de cualquier otro tipo de interés, actualmente, la innovación y la legislación no van de la mano, más bien, la segunda va un paso por detrás de la primera.

La protección de estos derechos es esencial para impedir que la información que se puede extraer de nuestro cerebro sea utilizada con fines ajenos al del individuo en concreto y, en último caso, al interés general.

Mientras países como EE.UU., China, Canadá, Australia o Israel avanzan primando las investigaciones por encima de las legislaciones, hay dos territorios que empiezan a tomar conciencia de la importancia de la cuestión legal: Chile y la Unión Europea. El primer lugar, Chile anunció en octubre de 2019 que presentaría un proyecto de reforma para incluir estos derechos dentro de su Constitución; y, por otro lado, en la UE también se anunció el año pasado la creación de un Comité Ad Hoc sobre Inteligencia Artificial, el cual explorará también todos los puntos legales necesarios para asegurar la transparencia, la responsabilidad y la seguridad en este proceso tecnológico.

Parece que cada vez estamos más cerca de esas imágenes que recientemente hemos visto en algún capítulo de Black Mirror y que únicamente nos parecían posibles en un futuro muy lejano.